Federer, Roger Federer

Mi aproximación al tenis ha sido casi viciosa, jugaba en ese tiempo con la Anita Alvarez y Erick Pohlhammer alternadamente, para no perder un día de gozo, en cancha de baldosa, con 34ºC. Abríamos la manguera, ante la mirada inquisidora de un guardia de mala muerte y mala vida, y nos mojábamos enteros para resistir un tiempo más de placer. Nos escapábamos en el Campus de la Universidad con la Anita del tedio de las ediciones, del photoshop y de las imprentas, y de los jefecillos con poder, que arruinaban por completo los deseos de excelencia en el quehacer.

Por eso mi nombre del día es Federer, Roger Federer y la genialidad.
Ha llegado a mí porque juega en la gran final del Abierto de Australia con mi coterráneo Fernando González a las 5 de la madrugada del domingo.
Y no es que sea mala onda con González, es que simplemente, aunque González ganara, ganaría Federer.
De él se ha dicho que:
"Es quizás el mayor talento en la historia del tenis, y eso por decir algo... Es el mejor jugador y el más completo que haya visto jamás"... palabras de John McEnroe.
El "master" del tenis mundial.
Servicio potente, derecha fuerte, revés preciso y volea certera... Top One del tenis.
"Es de otro planeta".
"Es casi ridículo lo bueno que es", llegó a decir de él su capitán de Copa Davis, Marc Rosset, campeón olímpico en Barcelona 1992, y el jugador más exitoso en Suiza hasta, justamente, la aparición de Roger Federer en las canchas. Muchos apuestan a que será el mejor de la historia y el nuevo genio del tenis mundial.

Me eriza y escalofría la genialidad, Picasso, Bach, Mozart, son mis referentes de esa posesión esquiva, de esa muestra de perfección en la imperfección, de eso que se manifiesta desde el impulso de la ola, desde el viento antártico o desde las tormentas luminosas, han sido construidos en ese sino, por y a pesar de sí mismos, son superiores, y son mi autoridad, unas de las pocas que resisto y que me doblegan.
Por eso hoy tendré que ver a Federer, aunque sean las cinco de la mañana, y me quede con los ojos descompuestos el resto del día, no para verlo ganar o perder, es sólo para ver eso, que tanto envidio.