Good vibrations...

Hace unos años atrás llegó enojado y callado.
Apenas saludó, y se puso a tocar de mala gana.
Estábamos sentados cerca, el sonido estaba pésimo.
Tanto que lo habíamos esperado, nunca llegó cuando estaba joven, y ahora, casi por compromiso y después de un concierto cancelado, Elton John apareció, en nuestro histórico Estadio Nacional de Santiago, y mal. Tocó lo justo y planificado, apenas terminó, casi sin despedirse, tomó raudo un helicóptero desde el mismo estadio y huyó a toda prisa hacia naciones más centrales. Salimos un poco cabizbajos del estadio, sin terminar de entender bien. Vaya a saber uno lo que le pasaba, pudo haber estado peleado con su novio, pudo odiar tener que tocar en este confin. Yo también lo odié.
Entonces caí en cuenta de que nadie de los grandes llegaba hasta aquí. Brasil, Argentina, sí, pero a Chile jamás, los que pudimos debimos atravesar la cordillera, llegar a Buenos Aires para tener el honor.
Hace unos días fui a comprar las entradas para ir a ver a Diego El Cigala, la señora de adelante le pregunta a la boletera, ¿hay entradas para Roger Water?... sólo quedan las de $140.ooo... déme 5, dijo la señora, cincooo pensé yo, $720.000!!!! 1.384 dólares!!! Ahora empiezan a llegar, viejos, ya casi desacreditados, con las bandas deshechas, a vernos a nosotros, que los habíamos amado tanto. No! No voy, se queda sin mí.
El jueves, regando mi jardín en la noche, escuché lejano desde algún lugar Money, y otra y otra de Dark side of the moon, entonces supe que era el recital, no sé cómo llegó el sonido hasta mi jardín, porque el estadio está muuuy lejos de mi casa. El viento lo trajo inexplicablemente.
Repasé las noches en Llanquihue, en una casa de campo, con luna llena, el volcán iluminado en la nieve, con Carlos Ernesto Altamirano, la Bernardita y Manolo, escuchando con éxtasis el disco recién traído de EEUU en un tocadiscos verde enchufado a una batería de tractor.
Cerré el agua de la manguera, y pensé en Serrat.
El único que vino desde siempre.
Por eso tal vez ahora, cada vez que llega, se repleta el estadio de nosotros. Que cantamos cada una y todas las canciones con él, y que da lo mismo cómo tenga la voz. Ahora le vamos a cantar nosotros a él. Y siempre lo queremos un poco más.